jueves, 19 de marzo de 2009

EL JUEZ PERUANO

Basado en el comentario critico “Autoestima del Juez” del Dr. Alfredo Bullard, Profesor de Derecho Civil y Análisis Económico del Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.


El problema de la administración de justicia es un problema complejo y que difícilmente podrá solucionarse en el corto plazo. Es un problema estructural, arrastrado de varias décadas atrás y que a atravesado por diversos intentos de reformas, todos los cuales han fracasado. Así no solo las personas han perdido fe en el Juez, sino que se ha perdido fe en la posibilidad de contar con mejores jueces.

Creo, al igual que el Dr. Bullard, que la crisis del juez en el Perú es una crisis de autoestima . El Juez peruano no se siente un auténtico juez, no es conciente de su rol. Ello deriva en una notoria abandono de liderazgo para alcanzar metas y en una gestión judicial que ha sido inadecuada y que no goza del respaldo ni la confianza de la población, como lo muestran las encuestas. El impacto que el mal funcionamiento del Poder Judicial tiene en la vida social y económica es serio. Es una causa importante de conflicto social y reduce dramáticamente la inversión y la actividad económica al generar incertidumbre en las reglas y con ello elevar los costos de transacción en la economía. Los problemas principales que se han detectado en la mayoría de estudios existentes sobre el tema pueden ser, la falta de calidades académicas y profesionales de los jueces, carencia de sistemas de nombramiento de jueces que garanticen su independencia e idoneidad, la inestabilidad de los jueces en sus cargos (lo que se vincula con la existencia de un gran número de jueces provisionales), un sistema de gobierno del Poder Judicial ineficiente e ineficaz, una falta de definición precisa sobre el rol de la Corte Suprema y una corrupción generalizada, lo que incluye tráfico de influencias y permeabilidad del sistema judicial a presiones privadas y políticas .

Estos pueden ser la causa de la falta de autoestima del juez. Así este sistema genera menos autoestima y la falta de autoestima hace más difícil cambiar el sistema, por el contrario lo deteriora. Solemos culpar del fracaso del Derecho a las malas leyes. Efectivamente las malas leyes son causa de muchos problemas, y reflejan muchas veces el desfase realidad-Derecho. Pero gran parte de la responsabilidad recae también en la aplicación de la Ley. Quizá sea preferible una mala ley bien aplicada que una excelente ley mal aplicada, y es que cuando se aplica la ley se tiende el puente entre la realidad y el Derecho. Es a través de la interpretación y aplicación de la ley al caso concreto que ésta se convierte en realidad. Al construirse este puente es que se puede lograr convertir una ley buena en una mala y una mala ley en una buena.

El aplicador e intérprete por excelencia es el juez. El convierte la ley en realidad. Por lo tanto, su responsabilidad en el funcionamiento del sistema económico y social es determinante. Su responsabilidad en el devenir del mundo real es incontrovertible, pero los jueces no son aún conscientes que son tanto o más responsables de la economía de un país que el mismo Ministerio de Economía y de la paz social que un Ministro del Interior. Reglas claras y adecuadas que faciliten la convivencia y que incentiven conductas deseables para la sociedad en su conjunto, generan confianza, y a su vez, esta confianza genera riqueza. Los jueces son una suerte de generadores de bienestar y por ello sus decisiones no solo deben considerar la justicia del caso concreto, sino el bienestar (o malestar) social que generan. Para el juez que comprende su rol y se preocupa por las consecuencias económicas y sociales de las decisiones legales el problema es más completo. La pérdida del ojo ya es un capitulo cerrado en términos de bienestar social. Ya nada puede reparar realmente el daño causado. En el supuesto que el dinero de la indemnización pudiera servir para adquirir un nuevo ojo (lo que de por si es hoy imposible) sólo compensa a la víctima, pero causa una nueva víctima que soporta el daño: el propio causante y su familia, que al verse obligados a indemnizar a la víctima, tienen ahora menos recursos para cubrir sus necesidades. La sociedad seguirá sufriendo aunque el daño se haya trasladado a otro lugar. Pero un asunto de vital importancia es cómo evitar que nuevos ojos se pierdan en el futuro. Así, la decisión legal es un mensaje al resto de la sociedad que puede contribuir a mejorar la situación en el futuro.

Tomándole la palabra al Dr. Bullard, la justicia es un medio de buscar el bienestar general. Las concepciones micro de la justicia nos conducen a un bienestar aislado, desvinculado del bienestar de todos. Por eso evaluar el problema viendo más allá del expediente es una formula necesaria para poder es necesario para proteger a la mayor cantidad de viudas posibles, y no únicamente a la viuda que nos toca en cada caso concreto. Un Juez que entiende ello toma consciencia que su ya importante labor de resolver casos tiene una connotación aún más trascendente. Ello implica saberse aún más importante. Y también implica saberse más responsable. La conciencia del impacto de su actividad lo hace también consciente del tamaño de su responsabilidad. Y la autoestima se construye sobre saberse importante y saberse además responsable de dicha importancia. Los jueces en otras latitudes entienden ese rol, al entenderlo lo transmiten y al hacerlo crean incentivos desarrollar liderazgo y para motivar a líderes natos a incorporarse a la judicatura.

Sin duda hay que generar convicción y una actitud distinta. Y ello pasa por un cambio de actitud personal. ¿Como se pueden crear incentivos para que ese cambio se de?

Mejorar al juez no es solo un problema de represión o sanción a los malos jueces. Las técnicas de represión, si bien son necesarias, suelen ser tremendamente inefectivas. La principal causa de malos jueces, carentes de autoestima y vocación es la inexistencia de incentivos adecuados. El problema juez es que al resolver un caso, están en capacidad de disponer de recursos y derechos que no son suyos. Un juez decide sobre lo ajeno, sobre algo que pertenece a las partes en conflicto. Cuando uno decide sobre lo que es suyo existen los incentivos para decidir bien, por que uno recibe los beneficios y los costos de su decisión. Pero cuando uno decide sobre lo que no es de uno los beneficios y costos van hacia un tercero. Esto hace que el juez, al resolver un caso, tenga incentivos para tratar de apropiarse de parte de los beneficios que distribuye, sea mediante favores o mediante el pago a cambio de su decisión. Así los jueces tendrán un incentivos para tratar de decidir sobre lo ajeno de aquella manera en que lo beneficie lo más posible. Y al hacerlo pierden su perspectiva de regulador social. No se orientan por el interés general sino por el interés particular. De ello se deriva el tráfico de influencias, la corrupción, los pocos incentivos para capacitarse, etc. Normalmente ese problema se enfrenta con estrategias de represión, reforzando las capacidades y facultades de control de órganos como la Oficina de Control Interno o el Consejo Nacional de la Magistratura. Sin embargo suele descartarse mecanismos que simulen condiciones que alineen los incentivos del juez con resolver de la manera correcta y justa, privilegiando el interés de los demás sobre su propio interés. Así se le pueden “conferir ciertos derechos al juez” cuando decide correctamente. Ello ocurre cuando se le asignan beneficios por resolver correctamente. Por ejemplo si se le asignan bonos en remuneración o en puntaje para promociones en base a la predictibilidad de sus decisiones, los jueces tienen incentivos para tratar de resolver de manera consistente, y al hacerla consistente tenderá a tratar con justicia a las partes y a la sociedad en su conjunto. Lo mismo se puede hacer concediendo bonos por productividad, por celeridad, por calidad de resoluciones basándose en opiniones de los usuarios, etc. El introducir estos conceptos en el sistema judicial puede contribuir a mejorar la calidad del juez, y con ello mejorar lo que los propios jueces piensan de si mismo.

No es posible mejorar al juez sin pensar en el juez. Solo la fe del juez en si mismo es capaz de generar la fe de los demás en él. Y la solución no esta en discursos bonitos que hablen de moralidad o del ideal de la justicia sin ponerla en su contexto real y práctico. La solución esta en la acción. Hay que motivar la autoestima del juez, principalmente a través de hacerle sentir la importancia de su función. Hay que motivar al juez a sentirse juez. Y un verdadero juez debe trascender el caso concreto para convertirse en un regulador social efectivo con capacidad de cambiar la conducta humana con sus mensajes. El liderazgo esta más que en la capacidad física o mental, en la convicción de que se pueden cambiar las cosas, en que uno mismo puede cambiar las cosas. El reto del juez peruano del siglo 21 es precisamente ese. Sentir que puede ser un vehículo de cambio. Sin autoestima ello no es posible.